Oyanka
LA PRINCESA
CONVERTIDA EN MONTAÑA
Por Carlos Rey
Allá por 1550, los indígenas
matagalpas habitaban en el valle de Sébaco, bajo el liderazgo del cacique
Yamboa. Habían encontrado yacimientos de oro en una cueva en las montañas
cercanas hacia el norte del poblado. Pero guardaban el secreto, y con mayor
determinación cuando supieron que los españoles lo buscaban con desenfrenada
ambición.
Al llegar los soldados españoles,
descubrieron que algunas indígenas relacionadas con el cacique lucían collares
con pepitas de oro que eran tan grandes como las semillas de tamarindo.
El cacique hizo varios regalos de
grandes cantidades de tamarindos de oro para el rey de España. Pero eso no hizo
más que despertar la ambición de los conquistadores, quienes establecieron una
guarnición de soldados muy cerca del poblado.
En eso llegó de Córdoba, España, un
joven llamado José, que acababa de cumplir los veinte años, y pidió permiso
para quedarse allí en Sébaco. Después de ubicarse e investigar la historia del
lugar, constató que su padre, el teniente Joseph Lopes de Cantarero, había
muerto en un combate con los indígenas en la región de Cihuacoatl, defendiendo
a un capitán de apellido Alonso que había arrebatado unas piezas de oro a unas
indígenas, y que había perecido posteriormente por tratar de encontrar los
yacimientos por la fuerza.
José hizo lo que pudo para trabar
amistad con la gente allegada al cacique, y encontró la manera de conocer a la
hija del cacique, llamada Oyanka. Durante varios meses se dedicó a hacerse
amigo de ella, a aprender la lengua de los matagalpas y a enseñarle a ella el
idioma castellano.
Oyanka tenía unos diecisiete años de
edad, la tez bronceada, ojos café ámbar, facciones finas, un tanto sensuales, y
cabello largo muy hermoso. No es de extrañarse, entonces, que José se enamorara
de ella. Pero él no abandonó su meta de enriquecerse, sino que, jurándole que
guardaría el secreto, logró que ella lo llevara a ver dónde extraía su padre
los tamarindos de oro.
Sin que nadie más lo supiera, Oyanka
y José caminaron dos horas desde el poblado de Sébaco hacia las montañas del
poblado del Guayabal, y entraron en la cueva prohibida, donde José fácilmente
pudo desprender grandes botones de oro del tamaño de semillas de tamarindo y
guardar siete en su bolso, los cuales llevó de regreso al pueblo.
Cuando el padre de Oyanka se enteró
del paradero de su hija, se disgustó mucho y ordenó el encierro de la
princesita y la captura del atrevido jovenzuelo. Pero no mató a José, sino que
se deshizo de él entregándoselo a los indígenas yarinces de la raza caribe.
Oyanka, privada de libertad y de su
novio, se deprimió tanto que dejó de comer, diciendo que no podía vivir sin
José. Fue así como, después de varias semanas, cayó en un sueño del que sólo el
regreso de su amado podría rescatarla.
Pasados ya cuatrocientos años, Oyanka
se ha convertido en piedra, y está a la vista de su pueblo, recostada de
espaldas, en el cerro que lleva su nombre.
¡Quiera Dios que así como «Oyanka, la
princesa que se convirtió en montaña», cuya leyenda relata en detalle el autor
nicaragüense Eddie Kühl Arauz, no podía vivir sin José, también nosotros
determinemos que no podemos vivir sin Cristo! Pues sólo el regreso de
Cristo como nuestro Amado podrá rescatarnos de nuestro sueño final.
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